martes, 18 de octubre de 2016

Una lección de humildad

Andrés Orfali
¿Qué es un analista? Es una pregunta que elijo leer en lo que tiene de interpelación a mi formación en tanto miembro de una institución que, en el tiempo actual de su metamorfosis, deja su forma y modo de funcionamiento, no así la lógica y ética que nos orienta y convoca, para formar parte del proceso de invención de una Escuela orientada por el deber de “garantizar la relación del analista con la formación que ella dispensa” (1). Un tiempo  de invención de las condiciones de posibilidad para que cada uno, a su propio ritmo, vaya formalizando su estilo ante el real en juego que “se esconde en la formación del analista”.
Asumir esta interrogación implica la decisión de pensar y actuar en consecuencia al modo en que realizamos nuestra formación. Por un lado, pensar en la articulación que hay entre “los dispositivos institucionales que la regulan” y “los factores que la causan” (2) en cada uno de nosotros - y de los que habrá que dar cuenta en su momento. Y, por otro lado, considerar el anudamiento singular entre la responsabilidad y disciplina que va resultando del ejercicio de nuestra práctica con la apuesta por llevar a cabo el trabajo de dilucidar lo que hay de singular y propio en lo vertiginoso del rodeo que cada uno decide hacer con el “vacío de la definición del analista” (3). Esta cuestión, de lo que hace a un analista, no es sin, citando a Miller (4), elucidar “lo que como sujeto me motiva a desear, a amar y a hablar.” (p. 43)
De esta manera, aquello que apunta a interrogar al ser del analista puede formalizarse como una investigación personal, no sin otros, en donde las respuestas retornan desde el hacer en el ejercicio de nuestra práctica. Así como en la comunidad de experiencias que se crea cuando de ella se testimonia.

Entonces, ¿Qué es un analista? Es una pregunta que prefiero comenzar por apropiarme tal como si una invitación fuese; atractiva y vertiginosa toca sin dejar indiferente. Convoca a ser respondida.
En consecuencia alguien que tome la posición de responder arriesga y expone de qué modo se hace ante un no saber que lo interroga; botón de muestra del despliegue de su modo de goce cuando se lleve a cabo el acto de un deseo decidido por encarnar "esa" respuesta.
Convoca a una elaboración de saber y uno puede tomar, a riesgo propio y a su propio ritmo, la opción de transmisión de lo que va siendo el trabajo personal de cómo se intenta hacer con ese no saber con el que nos enfrentamos en la cotideanidad de nuestra práctica clínica, en los espacios de formación, control y lectura, y, basal a lo anterior, el trabajo que hacemos en nuestro análisis.
Transmisión de experiencias, las de nuestra práctica. Transmisión que no es anónima, sino que se hace a nombre propio con otros.
Investigación que apela a una posición ética que se sostiene y funda en el ejercicio de una práctica. Y, en ésta, mi interés toma como objeto el lazo entre la humildad –como lección de su ejercicio- y el poder que implica dirigir -responsablemente- una cura.
Hay para ello un lazo que me resulta necesario, el de la apuesta colectiva por un encuentro con otro donde pueda alojarse el cómo cada uno está intentando arreglárselas con el real que ubicamos en el encuentro con el Otro y su barra.
Es un lugar al que nos invitamos incluirnos. La búsqueda de un lugar propio, a nuestro ritmo, no sin otros, en el atrevimiento de creer y seguir la veta (texto de Edith Beraja) que hace a nuestra formación; veta que recubre la hiancia propia que nos hace.
La respuesta que se dé es dinámica, en construcción, “estamos trabajando”.
Un analista es un efecto para quien toma el desafío, el riesgo, de la apuesta por ocupar un lugar vacío que crea y convoca la formación de una Escuela para ser usado por su deseo no anónimo. Comunidad de soledades, de experiencias, de apuestas por saber hacer con la hiancia estructural“constituida alrededor de un ‘no saber qué es el analista’, pero siempre buscando saberlo”.
Por algo inefable somos convocados, nos convocamos alrededor de esa hiancia, nos constituimos “alrededor de un no saber al que Lacan llama Escuela. Con la paradoja de que lo más importante de la Escuela no es lo que ella sabe [no es un lugar donde se va buscar el saber del Otro] sino lo que sabe que no sabe, lo más precioso del saber de la Escuela es que ella sabe que no sabe”. Reunión de ignorancias singulares que mueven a hacer algo con ella.
Encontrar en la lección de humildad una consecuencia y signo de advertencia ante la infatuación como "enfermedad profesional del analista, en tanto se identifica al sujeto supuesto saber." La puesta a prueba de un deseo decidido.
Tomo, para lo anterior, la provocación que me causa la siguiente cita de Miller (4): “Ser analista no es analizar a los demás, sino en primer lugar seguir analizándose, seguir siendo analizante. Como ven, es una lección de humildad. La otra vía sería la infatuación, es decir, si el analista creyera estar en regla con su inconsciente. Nunca lo estamos.” (p. 33)
Transformada, por tanto, en invitación a responder uno a uno con otros, me pregunto de vuelta: ¿Qué es lo terrible de no saber qué es un analista?
Referencias:
  1. Lacan, J. “Proposición del 9 de octubre de 1967 Sobre el Psicoanálisis de la Escuela” en http://www.lacanterafreudiana.com.ar/2.5.1.15%20%20%20%20PROPOSIOCION%209%20OCTUBRE,%20TRADUCCION%20DIANA%20RABINOVICH,%201967.pdf
  2. Tarrab, M. “Sobre la formación analítica y la escuela”.
  3. Brosdy, G. “Conferencia en la ECF sobre el efecto de formación de los analistas”. En Virtualia nº5.
  4. Miller, J. A. “Sutilezas analíticas”.
  5. Millar, J. A. “Mujeres y semblantes”.




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