María José
Figueroa
La pregunta por
qué una Escuela motivó la formación de un cartel fulgurante, es decir causó. Mi
apuesta es, que una posible respuesta a la pregunta se puede encontrar vía la
singularidad de cada uno como cartelizante, de cada uno de los participantes de
este Movimiento hacia la NEL, cada
uno desde su rasgo. Entonces, ¿por qué una Escuela para cada uno de nosotros?,
¿qué lugar tiene la Escuela en la economía libidinal de cada analista?, ¿Qué de
la Escuela es lo que causa?
Lacan funda en
1964 la Escuela “en su esfuerzo por
renovar los fundamentos y la práctica del Psicoanálisis”[1], Gerardo Arenas, en su
libro Sobre la tumba de Freud,
denomina este acto como la “solución
Lacan”, que da respuesta a la freudiana “la solución IPA”, en la que la salida del análisis se producía por
una identificación con el analista. La
solución lacaniana se aleja de esto y plantea profundas transformaciones al
dispositivo analítico. Lacan introduce el Pase como el dispositivo “que evalúa el final de análisis y la
calificación del analista”[2],
además del pequeño grupo como un modo de lazo en ella articulado a la función
del más uno, que opera a partir de un deseo decidido. Me parece que en cada uno
de estos dispositivos se trata de preservar el no-todo, el lugar del vacío, de
la falta del saber, del significante de la falta en el Otro, de la singularidad y es precisamente
eso lo que a mí me causa, en el sentido de provocar un deseo. De ahí que más allá de la historia y
el contexto de la formación de la Escuela – que es absolutamente relevante – me
interesa abordar la relación de los analistas – de los miembros o adherentes – con la
Escuela, pensar la Escuela en el lugar de la causa para los analistas, pensarla
como el partenaire-síntoma, es decir, como la pareja con la
cual jugamos la partida.
¿Por qué una Escuela?
Patrick Monribot responde a una pegunta similar señalando que es necesario inscribir la
formación en un vínculo social reconocido. Ahora bien, cabe
preguntarse qué forma adquirirá ese vínculo, de qué manera se produce y qué
está en el centro de él. Alrededor de
este punto gira una de las principales diferencias de Lacan con la
Internacional. Para Lacan no se trata ni de una identificación vertical al
líder, ni de una identificación horizontal que cohesione y homogenice al estilo
del “para todos lo mismo”, ya que
esta modalidad de lazo al otro puede generar una
pérdida de la subjetividad, de la singularidad, que es la que el discurso
analítico intenta preservar. Entonces en la Escuela no se trataría de una cohesión
grupal, donde todos están al mismo nivel, no se trata de la homogeneidad, se
trata de respetar la singularidad de cada sujeto, se trata de
cómo cada uno desde su singularidad responde a lo que lo causa de la Escuela,
al deseo y al goce que se pone en juego ahí. Como plantea Monribot el punto crucial es
saber que cada uno está sólo en la relación con lo que lo causa, para cada uno
el modo de entrar en la Escuela se funda sobre la soledad, no se trata de una
identificación, no se trata de una práctica estandarizada, ni ritualizada donde el
saber ya está definido, es decir, no se trata de un saber hacer en el sentido de lo que plantea Miller en La teoría del partenaire.
Cada uno tendrá
que inventar la relación con la Escuela “en
una relación sintomática. La Escuela es una pareja-síntoma… es un modo de
funcionamiento…nuestra libido está implicada para hacer existir la Escuela”[3]. No hay recetas para la
relación que cada analista tenga con la Escuela, la relación es sintomática y
puede convertirse en un modo de funcionamiento para cada uno; pero no para
todos igual, un modo de saber hacer ahí
en compañía con otros.
Lo interesante de
pensar la Escuela como la pareja-síntoma
es que posibilita un “saber hacer ahí”[4], no en el sentido de una
técnica o estandarización al estilo de “para
todos igual”, sino en el sentido de lo que tiene lugar en lo imprevisible,
en lo que se escapa, una invención, se trata del nivel del uso “allí donde el saber desfallece”[5], allí donde
no hay manuales ni técnicas que vengan a normar el qué es un analista, alli
donde cada uno tendrá que arreglárselas con la propia formación y con lo que es
sintomático de cada uno, allí donde se
puede autorizar de sí mismo, pero también autorizar a otros sin olvidar que la
Escuela – o el grupo de analistas –, en palabras de Lacan, “ha de velar, es que al autorizarse por sí
mismo no haya sino analista (…) autorizarse no es auto-ri(tuali)zarse”[6], allí donde todo el tiempo
se trata de una invención, eso es lo que posibilita la Escuela.
[1] Las Escuelas, Presentación. Extraído de http://www.wapol.org/es/las_escuelas/Template.asp
[2] Ibíd
[3] Monribot, P. “Escuela y Pase ¿Por qué una Escuela Lacaniana de
Psicoanálisis?”, en ¿Cómo se forman los analistas?, Grama, Bs. As., 2012, pág.
82.
[4] Miller, J. “Teoría del partenaire" en Revista Lacaniana N° 19,
Grama, Bs. As., (2015), pág. 78.
[5] Ibíd
[6] Lacan, J. “Nota Italiana” en www.eol.org.ar
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