martes, 4 de octubre de 2016

La dis-solución: del grupo a la singularidad del analista

Daniela Dighero C.

En este texto me propongo interrogar la significación del acto de disolución de la Escuela Freudiana de Paris. Quizás, la mejor forma de hacerlo sea leer la disolución como un acto que viene a puntuar, retrospectivamente, la propia posición de Lacan en relación al discurso analítico.

De eesta manera, la disolución, a partir de su homofonía en francés, es presentada por Lacan en su carta del 8 de enero de 1980 como “dicha solución” (dis-solution), solución, que puede ser leída como una puesta en acto, una rectificación del grupo de analistas, a la luz de los planteamientos de su última enseñanza.

En este sentido, me parece pertinente sostener que el acto de disolución puede ser leído en dos dimensiones distintas.

La primera de ellas, política, es más bien evidente, y tiene que ver con la interrogación misma del estatuto del ser lacaniano. Tal como lo señala Miller en su texto Todos Lacanianos!, el éxito del vocabulario que introduce Lacan habría trascendido a su enseñanza. De esta forma, términos como “deseo”, “demanda” y “Otro” se encontraban ya en el discurso común de los psicoanalistas de la época, desvirtuando los principios rectores de su enseñanza. En palabras de Miller:

“(…) Comienza un tiempo en el psicoanálisis, que resumiría con el siguiente slogan: ¡todos lacanianos! (…) No es una exhortación. No es una profecía. Es una exclamación, un grito de sorpresa. (…) hasta ahora, podía haber en la Escuela Freudiana “no-lacanianos”, incluso “anti-lacanianos”. Pues bien, ahora ya no los hay. Para nada. Hoy en día, en la Escuela Freudiana, sólo hay “lacanianos”.

Con la afirmación “Todos Lacanianos!” se denuncia cómo los bordes de la enseñanza de Lacan se habrían desdibujado en virtud de una serie de analistas que insistirían en invocar al “maestro” y su terminología “a su manera”. En el momento de la disolución, dichos miembros se opondrán a Lacan, señalando la necesidad de mantener el “grupo lacaniano” por sobre las derivas de la práctica analítica.

En ese sentido, la pregunta con la que Miller introduce su exposición viene a dar cuenta de lo que se trata. Así, dirá ¿Dónde está la enseñanza de Lacan en la Escuela Freudiana de Paris en diciembre de 1979?. A lo que podríamos agregar ¿Existen lacanianos o son todos lacanianos?

Esta pregunta se vuelve crucial en la medida que, como sabemos, ninguna universalización sabría garantizar una existencia. De esta manera el “Todos lacanianos!” revela el aspecto universalizante del lenguaje, entramado puramente ficticio, dado que por la vía de la palabra se crean objetos que tienen consistencia de ser pero que no necesariamente se traducen en una existencia en lo real.

Sin embargo, si nos detenemos sólo en las controversias y confrontaciones que hubo al interior de la Escuela Freudiana de Paris, podríamos llegar a concluir que la disolución es un acto eminentemente político. Un llamado al orden, que denunciando la ficción de la unidad del grupo, buscaría que los analistas tomaran posición en relación a su compromiso con la Escuela.

Esta primera interpretación debe ser complementada por una lectura de la disolución como una puesta en acto de lo que Lacan defendería en su última enseñanza. Este fin, nos obliga a ir más allá de una comprensión puramente política para develar la dimensión analítica de su apuesta.

En este punto, resulta precioso introducir la tesis central de D’écolage, texto que Lacan escribiría a meses de la carta de disolución. En esta oportunidad, se advierte que habría dos grupos entre los mil que habrían escrito a Lacan adhiriendo a la creación de la Causa Freudiana. Por una parte, aquellos que aún tienen que hacer el duelo de la Escuela y por otra, aquellos que sólo deben “hacer”.

Como sabemos, el duelo es un trabajo doloroso que implica asumir la pérdida[1]. En este sentido, se trataría de realizar una segunda pérdida de aquella parte del ser que nos unía con el objeto perdido. El trabajo del duelo lleva una marca de nostalgia, nostalgia del Otro al cual nuestro deseo se encontraba anudado. El duelo entonces, se sostiene aún en una creencia en el Otro, la cual debe ser disuelta para poder liberar, de esta forma, el deseo de un sujeto.

Por otra parte, están aquellos que “sólo tienen que hacer”. Aquí hay una obscuridad en el texto que exige ser dilucidada.

El lugar del “hacer” en la última enseñanza de Lacan es claro, a propósito de la pregunta sobre el final de análisis Lacan dirá que no hay posibilidad de identificarse al inconsciente. En cambio, introducirá “un saber hacer ahí con el síntoma”. Este saber hacer supone el pasaje radical de la creencia en el Otro a la constatación de su inexistencia.

Podemos pensar que dicho saber hacer estaría en íntima relación con la disolución de la ficción del Otro y consecuentemente con ella, con el enfrentamiento al goce del Uno. En tal sentido, habrían aquellos que continúan atrapados en la nostalgia fantasmática del Otro, mientras que algunos habiendo sido “seriamente d’écolés” sabrían de la inexistencia del Otro y vendrán a hacer escuela a partir de aquello que les es lo más singular: la opacidad y singularidad de su sinthoma.

Entonces ¿Cómo entender el acto de disolución de Lacan?

Su acto puede leerse como una rectificación del grupo de analistas, quienes al ya no contar con la garantía del Otro se verán forzados a dirigirse singularmente a su relación con la Causa. Es en la medida en que Lacan se destituye del lugar del Ideal y reenvía a cada analizante a hacerse cargo de sus actos sin garantía alguna, que es posible comenzar a pensar en una nueva Escuela de orientación analítica.


De este modo, la disolución de la Escuela operaría como una forma de disolución del Otro y consecuentemente con ella, permitiría la revelación de la existencia solitaria del “Uno”, rasgo singular a partir del cual cada analista existiría en su comunidad analítica.

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