Daniela Dighero C.
En este
texto me propongo interrogar la significación del acto de disolución de la
Escuela Freudiana de Paris. Quizás, la mejor forma de hacerlo sea leer la
disolución como un acto que viene a puntuar, retrospectivamente, la propia
posición de Lacan en relación al discurso analítico.
De eesta manera, la disolución, a partir de
su homofonía en francés, es presentada por Lacan en su carta del 8 de enero de 1980 como “dicha solución” (dis-solution),
solución, que puede ser leída como una puesta en acto, una rectificación del
grupo de analistas, a la luz de los planteamientos de su última enseñanza.
En este
sentido, me parece pertinente sostener que el acto de disolución puede ser
leído en dos dimensiones distintas.
La
primera de ellas, política, es más bien evidente, y tiene que ver con la
interrogación misma del estatuto del ser lacaniano.
Tal como lo señala Miller en su texto Todos
Lacanianos!, el éxito
del vocabulario que introduce Lacan habría trascendido a su enseñanza. De esta
forma, términos como “deseo”, “demanda” y “Otro” se encontraban ya en el
discurso común de los psicoanalistas de la época, desvirtuando los principios
rectores de su enseñanza. En palabras de Miller:
“(…) Comienza un tiempo en el psicoanálisis, que resumiría
con el siguiente slogan: ¡todos lacanianos! (…) No es una exhortación. No es
una profecía. Es una exclamación, un grito de sorpresa. (…) hasta ahora, podía
haber en la Escuela Freudiana “no-lacanianos”, incluso “anti-lacanianos”. Pues
bien, ahora ya no los hay. Para nada. Hoy en día, en la Escuela Freudiana, sólo
hay “lacanianos”.
Con la
afirmación “Todos Lacanianos!” se denuncia cómo los bordes de la enseñanza de
Lacan se habrían desdibujado en virtud de una serie de analistas que
insistirían en invocar al “maestro” y su terminología “a su manera”. En el
momento de la disolución, dichos miembros se opondrán a Lacan, señalando la
necesidad de mantener el “grupo lacaniano” por sobre las derivas de la práctica
analítica.
En ese
sentido, la pregunta con la que Miller introduce su exposición viene a dar
cuenta de lo que se trata. Así, dirá ¿Dónde
está la enseñanza de Lacan en la Escuela Freudiana de Paris en diciembre de
1979?. A lo que
podríamos agregar ¿Existen lacanianos o son todos lacanianos?
Esta pregunta se vuelve crucial en la
medida que, como sabemos, ninguna universalización sabría garantizar una
existencia. De esta manera el “Todos lacanianos!” revela el aspecto
universalizante del lenguaje, entramado puramente ficticio, dado que por la vía
de la palabra se crean objetos que tienen consistencia de ser pero que no
necesariamente se traducen en una existencia en lo real.
Sin
embargo, si nos detenemos sólo en las controversias y confrontaciones que hubo
al interior de la Escuela Freudiana de Paris, podríamos llegar a concluir que
la disolución es un acto eminentemente político. Un llamado al orden, que
denunciando la ficción de la unidad del grupo, buscaría que los analistas
tomaran posición en relación a su compromiso con la Escuela.
Esta
primera interpretación debe ser complementada por una lectura de la disolución
como una puesta en acto de lo que Lacan defendería en su última enseñanza. Este
fin, nos obliga a ir más allá de una comprensión puramente política para
develar la dimensión analítica de su apuesta.
En este
punto, resulta precioso introducir la tesis central de D’écolage, texto
que Lacan escribiría a meses de la carta de disolución. En esta oportunidad, se
advierte que habría dos grupos entre los mil que habrían escrito a Lacan
adhiriendo a la creación de la Causa Freudiana. Por una parte, aquellos que aún
tienen que hacer el duelo de la Escuela y por otra, aquellos que sólo deben “hacer”.
Como
sabemos, el duelo es un trabajo doloroso que implica asumir la pérdida[1].
En este sentido, se trataría de realizar una segunda pérdida de aquella parte
del ser que nos unía con el objeto perdido. El trabajo del duelo lleva una
marca de nostalgia, nostalgia del Otro al cual nuestro deseo se encontraba
anudado. El duelo entonces, se sostiene aún en una creencia en el Otro, la cual
debe ser disuelta para poder liberar, de esta forma, el deseo de un sujeto.
Por otra
parte, están aquellos que “sólo tienen
que hacer”. Aquí hay una obscuridad en el texto que exige ser dilucidada.
El lugar
del “hacer” en la última enseñanza de
Lacan es claro, a propósito de la pregunta sobre el final de análisis Lacan
dirá que no hay posibilidad de identificarse al inconsciente. En cambio,
introducirá “un saber hacer ahí con el
síntoma”. Este saber
hacer supone el pasaje radical de la creencia en el Otro a la constatación
de su inexistencia.
Podemos
pensar que dicho saber hacer estaría
en íntima relación con la disolución de la ficción del Otro y consecuentemente
con ella, con el enfrentamiento al goce del Uno.
En tal sentido, habrían aquellos que continúan atrapados en la nostalgia
fantasmática del Otro, mientras que algunos habiendo sido “seriamente d’écolés” sabrían de la inexistencia del Otro y vendrán a hacer escuela a partir de
aquello que les es lo más singular: la opacidad y singularidad de su sinthoma.
Entonces
¿Cómo entender el acto de disolución de Lacan?
Su acto
puede leerse como una rectificación del grupo de analistas, quienes al ya no
contar con la garantía del Otro se verán forzados a dirigirse singularmente a
su relación con la Causa. Es en la medida en
que Lacan se destituye del lugar del Ideal y reenvía a cada analizante a
hacerse cargo de sus actos sin garantía alguna, que es posible comenzar a
pensar en una nueva Escuela de orientación analítica.
De este
modo, la disolución de la Escuela operaría como una forma de disolución del
Otro y consecuentemente con ella, permitiría la revelación de la existencia
solitaria del “Uno”, rasgo singular a partir del cual cada analista existiría
en su comunidad analítica.
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